La gente olvida, pero cree que recuerda. Asume que puede mantener un pensamiento sin que este desaparezca, pero se equivoca. ¿Cómo lo sé? Porque tengo un cuaderno (XX ya, pero uno cada vez). Y estos cuadernos me muestran la ingente cantidad de ideas que se pueden producir en un día, y el ínfimo porcentaje que se recuerda.
Muchas veces me sorprendo al encontrar una idea que en algún momento pensé y que luego perdí. Y en ocasiones, es un recordatorio de algo que debí hacer y nunca hice. Olvidé la cosa en sí y además que algo debía ser recordado. Y esto es terrible, porque de no tener cuaderno pensaría que en general mi memoria es bastante buena, pues nunca recuerdo olvidar.
Partiendo de este contexto, me hace sufrir que alguien me prometa recordar algo y termine no haciéndolo, en especial tras una vehemente insistencia por mi parte de que al menos lo apunte en algún sitio, o a pesar de un interés genuino. Mi profesora de alemán se olvida de mirar una parodia de Der Untergang, una amiga me amenaza con terribles sufrimientos si no le enseño mis relatos del concurso literario. La misma jamás llega a leer mi monografía. Etcétera.
También encontramos el caso diplomático, en el que una persona que duda seguro que lo hace otro día, este finde, este verano, bueno, en cuánto tenga tiempo, que ahora con los exámenes estoy muy ocupado, pero te prometo Nuño que lo voy a mirar. Y seguimos en contacto, eh, que siempre se dice pero luego nunca se llega a nada, pero nosotros sí.
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