—De mi padre —respondí.
—Vaya, vaya, ¿que pensaría su padre de usted si supiera que le visita la policía?
Supuse que quería intimidarme, pero falló y me cedió la ventaja obtenida por la sorpresa.
—No pensaría nada: murió hace tres años.
—Oh, perdón —dijo el comisario—. Ignoraba que fuese usted viudo.
—Huérfano, para ser exacto.
—Eso quise decir, perdón de nuevo.
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Cuídese mucho de los moros, que son mala gente y muy traicioneros. Los compañeros y yo le echamos de menos. Un respetuoso saludo
Tenga cuidado con los moros, que son muy propensos a atacar por la espalda. Respetuosamente a sus órdenes.
Hablo a diario con Jesucristo y le pido que le salve a usted de los moros. Atentamente le saluda.
Cuídese mucho de los negros, que son muy dados al canibalismo y a otras bárbaras prácticas. Le saluda con respeto.
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– ¡Me sobra de todo para cantar en el Liceo, colgajo de mierda!
– ¡Te sobra finura, putarranco! -aulló el vejete.
– Muchas quisieran tener de lo que a mí me sobra -gritó la cantante y se sacó por encima del escote unas tetas como tinajas. El vejete se abrió los pantalones y se puso a orinar burlonamente. La cantante dio media vuelta y se retiró bamboleante y digna, sin esperar aplausos. Al llegar a las cortinas, tras el piano, se giró en redondo y dijo, solemne-: ¡Te parieron en una escupidera, marica!
– ¡Te sobra finura, putarranco! -aulló el vejete.
– Muchas quisieran tener de lo que a mí me sobra -gritó la cantante y se sacó por encima del escote unas tetas como tinajas. El vejete se abrió los pantalones y se puso a orinar burlonamente. La cantante dio media vuelta y se retiró bamboleante y digna, sin esperar aplausos. Al llegar a las cortinas, tras el piano, se giró en redondo y dijo, solemne-: ¡Te parieron en una escupidera, marica!
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Sé cordinal, sé respetuoso.