El peor argumento del mundo es de la forma: Deberíamos restringir tal o cual libertad porque de no hacerlo, morirá gente. Punto final. No hay réplica posible, o al menos, no ante un público lego y furibundo. No obstante, algunas libertades merecen la muerte de bebés inocentes.
Tomemos por ejemplo la libertad de conducir. Malas tierras, de Jordi Sierra i Fabra, así como La elegancia del erizo, de Muriel Barbery, y Un marido de ida y vuelta, de Jardiel Poncela
terminan un atropello, que en los dos primeros casos es una tragedia y en el tercero es un final feliz.
En la vida real también pasa. Y sin embargo, seguimos conduciendo, y conducir es defensible.
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