Alonso López Pinciano, teórico ilustrado, sostiene que el enseñar y deleitar son una condición necesaria para que un poema sea tenido como tal, y sin embargo Ite, missa est, de Rubén Darío deleita pero no enseña. Por tanto, si aceptamos que Rubén Darío es un poeta y que sus poemas son poemas, la definición de Pinciano es obsoleta. Y sin embargo, todavía debo estudiarla. ¿Por qué? ¿Acaso se trata el estudiar teoría literaria de coleccionar definiciones?
Estas cuestiones fueron planteadas en una reciente clase de Introducción a la Teoría Literaria. ¿Cómo se justifica la teoría literaria a sí misma? A pesar de la dificultad de la pregunta, mi profesora, muy amablemente, intentó responderla, haciendo referencia a que entender cada teoría, parcialmente verdadera, nos permite entender mejor la Literatura en su conjunto. A esto respondí que, entonces, si el objetivo es entender, ¿por qué es necesario memorizar los nombres de aquellos que proponen las teorías? Pues una fantasía mía es escribir una Filosofía sin nombres ni apellidos.
En el fondo, la pregunta que le hacía exige una justificación de una materia, y nunca hay respuesta al "no me importa", o al "me da igual", ya sea en Matemáticas, Filosofía o Literatura. Citando a Todorov, "Un postulado no necesita pruebas, pero su eficacia puede ser medida por los resultados a los que se llega cuando este se acepta", y algunos resultados fantásticos solo se pueden acceder poniendo esfuerzo confiando en que merezcan la pena antes de conocerlos.
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