Produciendo regularmente artículos de gran calidad y siempre estimulantes, The Economist es la publicación impresa que más disfruto, así como la única que leo. No obstante, a pesar de su potente producción y su constante ingenio, la estructura de muchos articulos es muy similar, lo cual, por ser reiterativo, cansa.
Una organización, por otra parte, resulta altamente eficaz: el artículo comineza con una historia a anecdótica, con nombre propio, y con una declaracion. Este testimonio personal se enlaza con un fenómeno mayor, que el artículo procede a analizar en profundidad, y finalmente en la conclusión, se recoge el juicio del autor junto con una mención a la situación inicial.
Así, con esta estructura se apela tanto a la razón como al sentimiento, convenciendo al lector mediante argumentos y haciéndole empatizar con una historia real. Asimismo, intuyo que es más fácil escribir con un guión ya definido, pues quita una preocupación al redactor.
Antonin Scalia (Obituario)
Por otro lado, con el tiempo, nuestros ojos observadores han detectado este patrón, y como verdaderamente se repite mucho, nos falta variedad. Simultáneamente, también nos tranquiliza la constancia, y nos irrita un poco que en la anterior entrega se haya cambiado el formato de las cartas al editor, cruzando un anuncio en medio. Un anuncio, por otra parte, que continúa la línea general que encontramos en The Economist: ingeniosos, con estilo, o ambos.
Retomando las cartas al editor, como me hizo ver mi padre hace ya un tiempo, encontramos otro patrón más o menos inconspicuo: las dos últimas cartas suelen tener un tono juguetón o humorístico. Y en cuanto al obituario de la última página, internet confirma lo que ya sospechábamos: todos están escritos por la misma persona, Ann Wroe. En general, encontramos dos variedades en el tono: una fascinación ante lo excepcional o bien, cuando la personalidad es política, una mordacidad vestida de un lenguaje exquisito, desde la elegancia y el decoro, en un tono tan fresco y tan jovial que olvidamos que el muerto del que leemos está muerto.
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