Don Latino, fiel compañero de Max Estrella, se nos presenta como un ser canallesco desde la primera escena: al presentarse en casa de Max la hija, Claudinita, pregunta “¿Le doy con la puerta en las narices?” y exclama que “¡Ya se siente el olor del aguardiente!”.
La réplica de don Latino: “¿Niña, no conoces otro vocabulario más escogido para referirte al compañero fraternal de tu padre, de ese hombre grande que me llama hermano? ” es característica de su lenguaje pedante y afectado. No obstante, esta pedantería lingüística no es totalmente constante en sus intervenciones, pues este llega incluso a exclamar “¡La zurra ha sido buena!”. Si bien la pereza nos impide analizar esta inconstancia en profundidad, nos parece que cuando se encuentra en puridad con Max emplea un registro más familiar mientras que al hablar en público es más pomposo.
Respecto de sus acciones, don Latino es en primer lugar desagradable para la familia de Max, en especial para Claudinita. Tal vez justificadamente, pues es don Latino quién guía a Max, ciego, a la taberna del Pica Lagartos y sin duda tiene cierta responsabilidad en la muerte de este. Asimismo, su actitud delante del féretro de su antiguo compañero es inapropiada, lo cual, junto con la propuesta de Basilio Soulinake y el dedo en llamas de Max, dota a la escena de una atmósfera grotesca, en vez de trágica.
En cuanto a su relación con Max, esta es verdaderamente extraña y tal vez contradictoria. Por un lado, Don Latino le engatusa con Zaratustra, se aprovecha de su generosidad y no le cede su carrik cuando Max está “aterido”, le roba la cartera y le deja a morir de frío en su portal. Por otro lado, le guía todo un día, e incluso monta un escándalo en el periódico, consiguiendo liberarle del calabozo.
Asimismo, don Latino aguanta el despecho de Max:
MAX: ¡Jamás oí voz con esa cólera trágica!DON LATINO: Hay mucho de teatro.
MAX: ¡Imbécil!
¿Por qué actúa así Max? Max parece considerar a don Latino como un compañero regazado, incapaz de alcanzarle intelectualmente. Así, mediante insultos como este, en un momento trágico que don Latino no aprecia, se explicita esta subordinación, y se exacerba nuestra percepción de la genialidad de Max. Lo mismo sucede, aunque sin insultos, cuando Max divaga sobre el esperpento y don Latino no entiende. Recordemos además que don Latino confiesa non entender la obra de Rubén Darío. Asimismo Max "se entiende" con la fresca joven La Lunares, mientras que don Latino lo hace con la decrépita Vieja Pintada, por lo cual la inferioridad de Latino podría ser generalizada, no limitándose al ámbito intelectual.
Esta relación de disparidad es reforzada por la imagen recurrente de don Latino como un perro, como podemos apreciar ya en la segunda escena: “Don Latino interviene con ese matiz del perro cobarde, que da su ladrido entre las piernas del dueño”. Esta imagen se repite, deformada, delante del féretro de Max: “DON LATINO se dobla y besa la frente del muerto. El perrillo, a los pies de la caja, entre el reflejo inquietante de las velas, agita el muñón del rabo”, pero ahora, muerto Max, don Latino es tan sólo dueño.
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