Hace unos meses, a principios de este año, mi profesora de biología me informó de que había sido seleccionada, junto a dos alumnos más, para participar en la Olimpiada de Biología de la Comunidad de Madrid, representando a mi instituto.
Así que unas semanas después, pasé la tarde de un viernes lluvioso sentada en una silla de la Complutense haciendo un examen de biología cuya primera pregunta trataba de las distintas especies de camélidos del mundo –hay 7, por cierto-.
La verdad es que tengo que admitir que la Olimpiada de Biología era un poco como la lotería: supones que alguien tiene que ganarla, pero no conoces a nadie que lo haya hecho. De hecho, era peor que eso, porque hacía un año ni siquiera sabía de la existencia de esta Olimpiada ni tenía ni idea de qué significaba “pasar ese examen”.
Tres días después resultó que había pasado la primera fase. Resultó, también, que había una segunda fase, práctica, que se celebraba la semana siguiente, y resultó, por último, que existía una Olimpiada Nacional de Biología en la que pude participar, junto a otros cuatro chicos madrileños, al superar la segunda prueba. Nos regalaban un curso de buceo y una semana de prácticas en un centro de investigación del CSIC, además de un fin de semana en Vigo, participando en la fase nacional. Más que suficiente teniendo en cuenta que la competición en sí misma era un descubrimiento reciente para mí.
Así que en abril, los cinco madrileños cogimos un tren hacia Vigo, cargados con distintas expectativas y un grado variable de ambición y confianza en las propias capacidades. Mi actitud, honestamente, era la de alguien que pretendía, principalmente, “disfrutar de la experiencia”, pues ya bastante increíble me parecía estar subida a ese tren. Además, los premios en Vigo eran ya palabras mayores y me parecían bastante fuera de mi alcance: representar a España en la competición Internacional en Hanoi, o en la Iberoamericana en Brasilia, como primer y segundo premio, respectivamente.
Fue agradable comprobar ya desde el principio que la competitividad no parecía ser la actitud predominante; pasamos varias horas del viaje hablando de xilemas y floemas, monosacáridos y de la estructura de las proteínas, en un intento de predecir las preguntas de los exámenes, poner en común nuestras reglas mnemotécnicas y afianzar conceptos escurridizos de forma conjunta.
Al llegar a Galicia, empezamos a conocer a las otras “delegaciones”: 2, 3, 4 o 5 de cada comunidad autónoma (excepto Ceuta y Melilla, que solo contaban con un representante). Selectividad era uno de los temas predilectos, como también lo eran las aspiraciones profesionales, destacándose, como era de esperar, carreras como Medicina, Biotecnología o Biología (“sin más”). Estaban aquellos que querían trabajar en hospitales o universidades y los que querían investigar, neuronas, brazos biónicos, arañas o gorilas.
Hubo tiempo para hablar, y para estudiar, quien lo quiso, pues aparte de los exámenes, hicimos un par de visitas turísticas, una de ellas, al paraíso natural de las Islas Cíes, con un mar que recuerda a las mejores fotos del Caribe, pero al lado de casa, como quien dice. Id, volved, o apuntadlo en vuestra lista, al menos, si puede ser.
En cuanto a los exámenes… Fueron interesantes cuanto menos. Dos exámenes teóricos y cuatro prácticos ocuparon la mayor parte del fin de semana y mantuvieron unos cuantos nervios de punta durante un par de días. Tan de punta como el bisturí que utilizamos para intentar encontrar los ganglios pedios de un pobre mejillón de ría y fracasar estrepitosamente en nuestra búsqueda. Dicen que existen, pero aún tenemos nuestras dudas.
Debo decir que la entrega de premios fue sin duda uno de los momentos más emocionantes de mi vida. La intriga se mantuvo hasta el nombramiento de los ganadores, primero las cuatro platas y, después, los cuatro oros, por orden alfabético y tras una larga tanda de discursos oficiales. No hay mucho más que decir sobre este día, salvo que mucha gente estaba orgullosa de nosotros, y que mi madre, muda en el teléfono, se preparaba para investigar sobre las vacunas contra el Dengue, las fiebres tifoideas y la malaria, tan temidas en los viajes al continente asiático.
Fdo: Claudia Lombardo
Fdo: Claudia Lombardo
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