Me ha mantenido despierto muchas noches el misterio de la asombrosa habilidad de los madrileños de cruzar la calle cuando les place, evitando los coches (todos los coches). La respuesta, a posteriori, se me revela obvia y trivial: Esta capacidad es el resultado de una fortísima presión evolutiva: poder cruzar semáforos en rojo supone una beneficiosa adaptación y por tanto una no negligible ventaja comparativa.
De esta forma, tras cierto número de generaciones, aquellos que son incapaces de cruzar habilidosamente son inevitablemente atropellados, mientras que aquellos que sí pueden sobreviven y transmiten sus superiores genes a sus descendientes. No obstante, si bien el argumento holístico parece robusto, es sin duda todavía necesario examinarlo con más profundidad y responder a aquellos que pudieran argumentar que, como el matrimonio o la relación sexual no dependen directamente de las destrezas semafóricas, la presión evolutiva no es tal.
A quienes afirmasen tal ridiculez no se les podría sino responder mediante un robusto modelo matemático. Pretendamos que, en el inicio de los tiempos, antes de la llegada del automóvil a la urbe, encontramos una población homogénea en cuanto a habilidad evasivo-semaforística (y nos es indiferente quel lector nos de o no la razón en este punto, ya que de alterarse es trivial comprobar que se llega a idénticos resultados, si bien posiblemente en un período de tiempo más prolongado). Podemos así, por golpe de definición, asignar un 1 a los totalmente ineptos y un diez a aquellos verdaderamente excelente, de forma similar a la tribal tradición de juzgar en una escala similar a las féminas, asignando el 1 a las verdaderamente horripilantes y el 10 a las inusitadamente arrebatadoras.
Asimismo, postulamos que la población permanece constante y que, grosso modo, el riesgo de morir atropellado disminuye con el inverso de la puntuación en nuestra escala. Así, si el inverso de 3 es 1/3 y el inverso de 10 es 1/10, la probabilidad de muerte de un 3 y la de un 10 se relacionan tal que 1/3: 1/10 → 10:3. Asimismo, si queremos ser consecuentes con el paradigma darwinista, debemos implementar cierta mutación, quen nuestro modelo afectará por cada generación a uno de cada 100 sujetos negativamente y a otro positivamente. Aquí recordamos las palabras de Todorov: 'Un postulado no necesita pruebas, pero su eficacia puede ser medida por los resultados a los que se llega cuando este se acepta'.
¿Ahora bien, a qué resultados llegamos?. Mediante el siguiente experimento informático, realizado gracias a un código de este servidor, disponible en el siguiente repositorio: https://github.com/ NunoSempere/Semaforus, obtenemos la siguiente evolución demográfica:
Comienza con una población de 1000 individuos repartida de forma homogénea en cuanto a habilidad del 1 al 10 en el eje y. Tras ser sometida a las presiones demográficas que ya hemos comentado (para más detalle véase el código), tras unas meras 1000 generaciones, la última fila ya casi ha desaparecido, y simultáneamente se alcanzan cotas superiores verdaderamente asombrosas.
¿Cuál es la moral de esta historia? Quel texto pseudo-científico permite llegar a conclusiones absurdas. Esto por sí mismo sería inofensivo, pero resulta quen numerosas ocasiones, el diálogo experto simplemente es incomprensible por el lego. A cuento de esto, recuerdo una historia en la cual en la corte de Catalina la grande, para callar al ateo Diderot, Euler exclamó: "a + bn / n =x, y por tanto, Dios existe". Diderot, no sabiendo matemáticas, no pudo responder.
Y por tanto debemos ignorar el falso cientifismo que dice que cruzar rápido semáforos el resultado de una presión evolutiva, o que la tierra es plana. Permítaseme una breve pero necesaria digresión: De existir un Dios, este deberá ser antítesis de lo móvil y de lo voluble, pues si es movido por algo que no es él mismo, no será causa primera, y por tanto no será Dios. Y este Dios, siendo inmóvil, será una fuente de orden para este nuestro constantemente mutante mundo. Y este orden primero sólo se podrá manifestar en biyección con el orden ya presente en el mundo, es decir, mediante la ley.
¿Y qué ley encontramos en la pregunta que nos atañe? Indudablemente, la ley del semáforo. Un semáforo que nos atrae mediante la vía de la eficiencia y de la finalidad, Y por eso los madrileños pueden cruzar la calle en en rojo, porque Semaforus les protege mientras se mueven amorosamente en su dirección. Tan solo ocurre que al pasar a la otra acera se desprenden de la íntima conexión con Semaforus, despiertan como de un sueño y siguen con sus tristes vidas.
Como últimas palabras, planteo la siguiente pregunta: Si bien ambos erran, ¿cuál está menos mal, el modelo matemático espurio o el culto a Semaforus?