En algún sitio leí que la forma más rápida de aprender un idioma extranjero es pasar unos meses en una cárcel con criminales a los que no entiendes. Parece plausible, pero propongo una hipótesis alternativa: el método más eficaz es intentar conquistar a un interés romántico que muestra cierta reciprocidad. Recuerdo ver a un ruso que con un A1 de alemán ponía en juego pericias perifrásticas, sutilezas sintácticas y mañas morfológicas ante una francesita con cierto encanto con la que sólo compartía el idioma germano. Los esfuerzos hercúleos del chaval daban sus frutos y su motivación era mayor que sentado en cualquier silla delante de cualquier profesor. ¡Quién hubiera pensado que un brebaje de hormonas se pudiese encauzar para beneficio académico!
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